La Edad Contemporánea es la etapa más reciente de la Historia, y comienza en el 1789 prolongándose hasta la actualidad. Con ella, se termina el Antiguo Régimen en muchos países, abriéndose las puertas a las revoluciones y el imperialismo. De este modo, Europa deja de lado el absolutismo monárquico de los siglos XVII y XVIII donde la sociedad estaba dividida por sus diferencias sociales, políticas y económicas.
Los primeros
movimientos o revoluciones aparecen en el siglo XVIII con la ilustración
y el llamado despotismo ilustrado, concepto político que se enmarca
dentro de las monarquías absolutas del Antiguo Régimen, pero que a la vez
defiende ideas filosóficas según las cuales las decisiones del hombre son
guiadas por la razón.
No obstante,
la primera revolución liberal contra la monarquía surge con la Independencia
americana (1776-1783), con la cual se consigue un sistema político basado
en la república con el que se defiende el imperio de la ley (creación de la
primera constitución) y la igualdad ante la ley (derechos individuales).
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Después de
esto, fue muy importante la revolución industrial, que se inició en
Inglaterra hacia el año 1750, y supuso un cambio profundo en la organización
social y económica. Sin embargo, en Europa no tuvo un gran impacto hasta mitad
del siglo XIX, cuando las máquinas fueron sustituyendo el trabajo manual y se
produjo el éxodo rural (emigración del campo a la ciudad, que supone además un
cambio de profesión). Así pues, este movimiento supuso una revolución
demográfica como consecuencia del aumento en la producción y transporte de
alimentos, así como una aristocracia menos rígida donde existía un mercado
colonial con libertad arancelaria. Pero no todo fueron buenas noticias, y las
dificultades sociales surgieron como consecuencia de esta industrialización,
estableciéndose una distinción de clases: burguesía vs proletariado.
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Finalmente,
durante el último tercio del siglo XIX surge el Imperialismo como
respuesta a la necesidad de materias primas y nuevos mercados. Esta política de
expansión colonial acelerada, que ya venía gestándose desde principios del
siglo, tendía a la formación de grandes imperios y constituyó una constante
fuente de conflictos que desembocaron en la 1ª Guerra Mundial. Así pues,
buscaban el control político, económico y cultural de las zonas que
conquistaban, más que su transformación cultural.